martes, febrero 12, 2013

Tecnoloxía e sociedade


Mentres que no Parlamento da rúa do Hórreo un deputado de AGE pasaba o tempo xogando a facerse o chistoso co antroido e un presidente suplente perdía ese mesmo tempo botándoo da tribuna, en Ourense atopaban morto un octoxenario que levaba desaparecido dende o domingo pasado. Logo de dous días de búsqueda, o seu cadáver apareceu preto da capital das Burgas.
Ata as tres da tarde de onte, os seus familiares mantiveron varios contactos telefónicos co desaparecido. Díxolles que caera nun barranco e que se encontraba na zona da Chavasqueira, pero Andrés Cadaya, de 85 anos e veciño de Toén, non chegou a ser recuperado con vida.
Parece ser que se lle dedicou á súa busqueda un bó número de persoas e seguramente tamén algúns medios técnicos, pero a min chócame enormemente que no actual mundo tecnoloxizado ninguén fose capaz de localizar a situación exacta na que se atopaba un teléfono móvil que estivo operativo polo menos ata ás tres da tarde do día seguinte da desaparicion do anciano. Seguramente se algún familiar seu tivese a picardía de telefonar a algunha dependencia oficial dicindo que por tal sitio andaba un terrorista portado un número de teléfono coma o do agora falecido, os resultados da búsqueda podían seren mellores. É de supoñer que o teléfono móvil do desaparecido non dispoñía de software axeitado para ser localizado, ou que estivese desactivado ese software, pero aínda así non se comprende facilmente por que non foi localizado a través das chamadas que intercambiou o desaparecido coa súa familia.
Nun tempo no que o fabricante norteamericano de armas Raytheon está a piques de por a punto un software capaz de rastrear as actividades e os movementos de calquera tipo de persoa e en calquera lugar do mundo, e décadas despois das aventuras tecnolóxicas para rastrear chamadas telefónicas, en Galicia deixamos que morra un vello ás portas dunha cidade importante. A tecnoloxía non debe estar só ao servizo das guerras, das mafias do narcotráfico e dos aparellos estatais. Debería, antes que nada, servir para salvar a sociedade civil cando algún dos seus membros ten a desgraza de caer por un barranco.

1 comentario:

detective crepuscular dijo...

Pois fíxese vostede neste caso terríbel que comentaba onte Joana Bonet en La Vanguardia. Muito aparatiño de ciencia ficción e a soidade mais aterradora devorándonos a bicadas.


LA PENUMBRA DE LA SOLEDAD

Cuesta entender cómo durante 1.460 días nadie echó de menos a la anciana
Artículos | 11/02/2013

Joana Bonet


En la era de la hipercomunicabilidad y de la empatía, de las redes sociales y el tecnoestrés, encuentran el cadáver de una anciana en su casa, acurrucada en el sofá y rodeada de pájaros. Llevaba cuatro años muerta. Sin nadie que la buscara ni la echara de menos, sin preguntas ni respuestas, desprovista de los vínculos -incluso los más débiles- que se establecen entre los miembros de la familia, esa que en pleno siglo XXI sigue ejerciendo el papel de las vigas maestras que sujetan la estructura de nuestra sociedad.

La imagen se abre paso en el cerebro con una plasticidad aterradora. Porque la noticia confirma cómo el fantasma de la soledad se erige implacable sobre un mundo de paredes de cristal que ha extremado su ilusión de transparencia, orden y control. No hablamos de la soledad con pedigrí, la del culto a la individualidad, las monodosis y la nanotecnología. Ni de la restaurativa, la que cada vez es más reclamada para "cargar pilas", sosegarse y reconectar. Tampoco se trata de la misantropía maniática, la de aquellos a quienes les cuesta convivir y compartir y se diseñan un plan de vida autónomo, aunque a menudo sientan la necesidad de que al otro lado de la pared haya alguien -hasta el extremo de sentirse reconfortados al escuchar los pasos y los grifos del piso vecino-.

Hemos glorificado la soledad elegida, la que exalta y promociona el mercado en clave de autorrealización potenciando la necesidad de tiempo para uno mismo. Según expone con brillantez el neurocientífico David Eagleman en Incógnito, una forma de comprender mejor el cerebro es compararlo con un equipo de rivales que compiten a fin de alcanzar la misma meta, sólo que tienen diferentes maneras de conseguirla y de resolver los problemas; un péndulo que oscila entre el automatismo y la reflexión enfrentarnos al alcance de la soledad abandonada.

Porque ¿qué ocurre para que todas las defensas sociales dimitan de una vida? No es sólo la precariedad la que amenaza, sino los efectos colaterales del aislamiento sombrío. Cuesta entender cómo durante 1.460 días nadie echó de menos a la anciana, si acaso la leve curiosidad de los vecinos. Por lo que contaban a las televisiones, sus declaraciones construyen un bosquejo de la sensibilidad colectiva a pie de escalera: nos parecía raro que durante cuatro años las ventanas estuvieran abiertas y entraran los pájaros, decían unos; era una mujer antisocial, comentaban otros... Puede que al pasar por delante de la puerta sellada, más de una vez sintieran que en la penumbra de aquella soledad habitaba un misterio, o la nada.

La ausencia de redes tangibles y de equipamiento humano que corroboren la propia existencia o la propia ausencia es un drama cotidiano que padecen aquellos que no eligen la vida a solas, sino que se ven aprisionados por ella. Y no se lo pueden contar a nadie.